martes, 10 de mayo de 2011

Capítulo III

Susanne

Sonó un gran estruendo cuando el cubo de hierro golpeó a la gran cantidad de cacharros que había en la esquina del establo.

-          Maldita sea ella y todo lo que la rodea – mascullaba entre dientes un joven apuesto mientras iba, cual toro embravecido, hacia uno de los purasangres que había en el edificio.

El caballo era un precioso ejemplar zaino, alto y con músculos definidos. Un semental. Estaba nervioso, pero, al ver a su dueño enfurecido y poniéndole con fuerza la silla pareció que el garañón se calmó un poco.

Rápidamente el jinete se subió y espoleó al caballo. Como todos los días realizó la ruta a la que estaba acostumbrado desde hacía algo más de una estación. Recordó que la primera vez que la había visto yendo hacia el molino, la nieve ya estaba casi desecha, pero aún quedaban algunos restos entre las zarzas que ya se estaban deshaciendo con los primeros rayos del sol de la mañana.

Él, como siempre, había ido con Zagor, que así se llamaba su semental, a dar el paseo de la mañana antes de tener que ocuparse de lo que su padre le pidiera. Cuando había tomado otro camino que daba hacia un pueblo algo apartado pero igualmente vecino, se había encontrado con el río y con ella.

Su pelo caía en cascada por su espalda, hasta la altura de su cintura y llevaba una canasta con ropa apoyada en la zona derecha de su cadera. Nada más verla, lo único en lo que pensó fue en que quería que estuviera en su lecho, solo para él. Pero ella se había dado la vuelta y ese rostro le había cautivado aún más que su cuerpo.

La muchacha tenía las facciones finas y la nariz delgada, los ojos grandes y la boca pequeña con labios carnosos. Quizás, engordando un poco más, los carrillos de ella adquirirían algo más de porte y le darían un poco más de alegría a su menudo rostro.

La joven se apartó el pelo de la cara pasándoselo por detrás de la oreja, haciendo que un mechón quedara suelto, rebelde e impulsando al joven a querer recolocárselo.

El muchacho había tenido que hacer acopio de todo su autocontrol para no saltar el río con su caballo y secuestrar a la desconocida joven, tras ello se la hubiera llevado a algún recóndito lugar para saciar las necesidades más bajas de su cuerpo.

Agitó la cabeza intentando que el deseo que había comenzado a crecer en él con el simple recuerdo de la muchacha se evaporara. No lo consiguió pero, por lo menos, su cabeza se quedó en blanco y el semental recorrió de forma magistral el camino al que ya estaba acostumbrado.

Muchas veces le había parecido que la odiaba, con todas sus fuerzas. ¿Cómo una simple campesina le podía hacer eso a él? ¿Cómo podía ocupar su cabeza durante tanto tiempo? Todos los días se sorprendía a si mismo pensando en ella, en su perfecto cuerpo y en su rostro angelical. Y después se reprendía por no tener a ninguna otra beldad de las que había en la corte en su cabeza. Esa muchacha le había robado la cordura y, probablemente, ¡no tendría más de diecisiete años! Él, que ya era un caballero armado por el mismo rey y que su padre era, ni más ni menos, duque. Su familia llevaba en la corte desde hacía no mucho, ya que anteriormente la corona era ostentada por una familia de miserables que no hacían más que enemistarse con el actual rey y con todos los que le rodeaban. Afortunadamente todos fueron asesinados por unos locos campesinos a su cargo hacía ya más de una década.

Cuando llegó la encontró, como siempre, arrodillada en el río lavándose la cara, igual que el día anterior en el que, por fin, había podido hablar con ella, había podido dirigirle la palabra e intentar que ella se quedara encandilada con su aspecto físico, el cual había cautivado a muchas mujeres, tantas que ya no se acordaba de cuantas beldades habían pasado por su lecho.

Dejó escondido a su caballo, no quería que la joven viera al semental, no sabía porqué pero intentaba hacer todo lo posible para que ella no se diera cuenta de la posición social que ocupaba él.

-          ¿Cómo es que los ángeles se dejan ver dos veces seguidas? – preguntó el joven sin poder remediar el intento de volver a entablar una amena discusión con ella, puesto que lo que habían hablado el día anterior había sido más una disputa que otra cosa…

Ella sonrió, se giró hacia él y le miró con una de sus perfectas cejas levantadas como símbolo de que seguía siendo escéptica a sus halagos. La muchacha era difícil, pensó él, con esas dos frases ya habría dejado a otras muchas implorando por saber su nombre o habrían entablado alguna conversación bastante interesante. Ella, en cambio, ni se había dignado a decir una palabra que no fuera en contra de su ego.

-          ¿Cómo es que los idiotas vuelven a caer dos veces en el mismo pozo? – preguntó ella en contra partida. Esa mujer no hacía otra cosa que insultarle, pensó el joven, y él no hacía otra cosa que pensar en su perfecto cuerpo.

-          Será porque se quedaron ciegos con tanta belleza, y ahora no ven donde están los pozos que clama el ángel.

-          ¿Quieres dejar de llamarme ángel? No lo soy ni lo pretendo. ¿O acaso tengo un par de alas blancas a la espalda y una belleza sobrehumana? – preguntó exasperada ella intentando deshacerse de Ethan, recordó que así se llamaba él.

-          Puede que alas no, o por lo menos yo no las veo – volvió a la carga el muchacho con una sonrisa – pero que eres una beldad divina eso no se puede discutir.

Ella puso los ojos en blanco, se había cansado ya de tanta perorata sin sentido.

-          ¿Se puede saber qué es lo que quieres de mí?

Esa había sido, claramente, la pregunta equivocada, o quizás, la más acertada en ese momento. Ethan ya no lo sabía. Ya no sabía si quería tenerla una noche, o un mes, ya no sabía si prefería deleitarse con sus labios y su cuerpo o si también le encantaba su lengua viperina. Esa joven le hacía replantearse demasiado y con solo dos charlas de menos de tres frases, y, lo que es más, ¡aún no sabía su nombre y ya estaba haciéndole dudar de sus objetivos!

-          Te lo diré si me dices tu nombre. – repuso él tranquilamente acercándose a ella.

La joven se echó dos pasos hacia atrás. Frunciendo el ceño, pensó en las posibilidades que tendría de salir corriendo con el cesto de mimbre en el que llevaba la ropa, había algo de ese muchacho que no la inspiraba confianza, algo la ocultaba, algo quería, y no sabía el qué. Por lo tanto mintió, ¿qué iba a hacer si no? Y se preparó por si debía salir corriendo.

-          Susanne – dijo el primer nombre que se le pasó por la cabeza, no sabía porqué pero ese le gustaba, le recordaba a los prados de margaritas y al sol de verano.

-          ¿Te puedo llamar Sussie? – preguntó él con picardía.

-          No. Soy Susanne, ni Sussie, ni derivados. – le respondió mordazmente. - ¿me vas a decir ahora qué pretendes?

-          No pretendo nada. Solo deleitarme con tu belleza y, si eso te molesta, me reprenderé a mi mismo pero no podré dejar de hacerlo puesto que mis ojos no soportarían vivir en un mundo de oscuridad después de haber visto semejante luz. – expuso el joven intentando parecer sumamente compungido, si no hubiera sido noble, quizás, habría sido juglar pues tenía talento para las frases apropiadas y el teatro.

La muchacha sonrió dulcemente. “¡Por fin!” pensó el joven. Pero, nada más sonreír, sus ojos se volvieron burlones y soltó una tremenda carcajada.

-          ¡Maldición! ¿Qué más he de hacer para conseguir a esta desvergonzada muchacha? – se reprochó entre dientes el joven noble.

-          ¿Ethan, no? – preguntó Susanne ajena a lo que el chico acababa de mascullar.

-          Sí.

-          No tengo una belleza tan grande como para dejar ciego a alguien. – expuso tranquilamente – Y, lo más importante, puede que sea joven; pero no tengo la ingenuidad que crees que poseo como para creerme lo que has dicho. Además, me has retrasado y has gastado en balde mi precioso tiempo, así que ahora debo ir con prisas.

Y con eso agarró el, ya característico, cesto y se lo puso, como siempre, a la altura de la cadera. Se dio media vuelta y se marchó a buen ritmo.

Ethan se quedó al lado del arroyo, con el sonido del agua retumbando en sus oídos y la figura de Susanne perdiéndose. En ese momento se le ocurrió seguirla, no le bastaba ya con verla contadas veces al lado de un simple riachuelo, quería saber dónde vivía, si conocía a alguien más, si era mercader, o una simple lavandera… Quería saberlo todo de ella, esa muchacha sería suya costase lo que costase.

Se aseguró rápidamente de que su caballo estaba bien escondido entre toda la espesura del bosque que había justo en el otro extremo del arroyo y se apresuró a seguir a la esquiva muchacha.

Después de quince minutos a un paso ligero llegaron al prado de trigo y a una pequeña casa de madera con una ampliación en su costado derecho, quizás un pequeño granero o un establo ínfimo, para un solo caballo, tal vez.

La joven pareció ver algo anormal, ya que en cuanto estuvo al costado de la casa soltó rápidamente el cesto, dejando toda la ropa tirada y el capazo de mimbre dando vueltas sobre sí mismo.

El joven se apresuró a seguir a la muchacha al interior de la modesta casa, y lo que le aguardó dentro no se lo esperaba en un páramo tranquilo y apartado como era aquél.

Todo estaba patas arriba, las sillas estaban destrozadas y había trozos de madera por todas partes. Parecía que había pasado un vendaval, un vendaval con espadas. Al entrar a una pequeña sala, parecía la sala de estar, se encontró con una escena aún más desoladora. Una mujer, de unos cincuenta y tantos años estaba tumbada en el suelo, respirando dificultosamente y empapada en sangre, sangre que emanaba de su estómago. Susanne estaba intentando incorporar a la mujer mientras lloraba y se balanceaba hacia adelante y hacia atrás… La desesperación y la impotencia reverberaban en toda la sala.

-          Brigie, no, por favor, madre, no… - imploraba la joven a la moribunda.

-          Hija, debes saber algo. – dijo en un susurro casi inaudible la mujer.

Ethan se escondió aún más detrás del marco del arco que separaba la cocina de esa estancia.

-          No, madre, no hables, te pondrás bien…

-          Sabes que no lo haré, así que calla y déjame decirte esto, es vital que lo sepas. – repuso con autoridad la mujer – Lo primero, cuando salgas de aquí, corre, huye todo lo lejos que puedas, coge el dinero de la tabla suelta del suelo que he estado almacenando y vete de aquí – tosió – no reproches, hazlo. Y, lo segundo, debes saber, Iritia, que no eres hija mía. Te quiero y te quise como si lo fueras, pero no lo eres, tus padres fueron asesinados, ellos… - la mujer volvió a toser con fuerza, balbuceó tres palabras imposibles de entender y su trabajosa respiración se paró para siempre.

Un fuerte alarido de dolor retumbó en las paredes y el llanto de Susanne, o Iritia, como la había llamado esa mujer, se hizo aún más fuerte y desgarrador. El muchacho entró corriendo en la sala, dejando su pequeño escondite y abrazó a la muchacha, la cual forcejeó al principio pero luego se dejó consolar por los fuertes brazos de Ethan. Se quedaron allí durante dos minutos, abrazados, hasta que a ella se le acabaron las lágrimas. Se levantó y se fue a la tabla que le había indicado Brigie, cogió un saquito de monedas, miró hacia el joven y, antes de que pudiera decirle nada, un sonido de cascos de caballos hizo entrar en pánico a Susanne, haciendo que se desmayara sin que Ethan viera una razón aparente.

2 comentarios:

  1. Me tienes completamente hechizada con tu historia me encanta , escribes verdaderamente muy bienn ^^!! te sigooo

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  2. Muchas gracias por comentar!! No actualizo cada semana ni nada por el estilo pero como ves los capítulos son bastante largos :) Me alegro que te esté gustando, si tienes alguna duda o sugerencia para la historia, dímela y estaré encantada de responder. Muchos besos y gracias! <3

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