domingo, 5 de junio de 2011

Capítulo IV

No sabéis nada...

El muchacho llegó justo a tiempo a donde estaba Iritia para coger a la joven y evitar que se diera un golpe en la cabeza al impactar con el suelo.

Ethan la alzó rápidamente y se la llevó, mientras la joven estaba inconsciente, al pequeño granero que había visto anexionado a la casa, al que se accedía por una pequeña puerta, tan pequeña que tuvo que agachar la cabeza para evitar darse contra la jamba, situada en la cocina.

Cuando entró se encontró de bruces frente a una yegua de buen porte. Dejó a la muchacha escondida entre varios cestos de paja y trigo y volvió a entrar en la casa mientras que el ruido de cascos se hacía cada vez más acuciante.

No sabía por qué había hecho lo que acababa de hacer pero había sentido la necesidad de proteger a Iritia, Susanne, o como se llamara, y una parte interior sabía que los sonidos de cascos no eran buena señal. Él había estado en varias batallas y reconocía la brutalidad de los caballeros si la veía, y lo que había pasado en esa casa no era obra de unos simples campesinos, si no de crueles hombres bien armados.

Mientras intentaba recolocar las tablas del suelo, la puerta se abrió de forma estrepitosa, mostrando a cuatro hombres encapuchados y vestidos completamente de negro. Al verle allí de pie se quedaron, por un momento, sorprendidos.

-          ¿Quién eres? – le preguntó uno de ellos, el que se había colocado de forma central, adoptando la postura del líder.
-          Ethan de Tromsbury, hijo del duque de Tromsbury y caballero del rey, ¿quiénes sois vosotros?
-          Esa pregunta no tiene porqué ser contestada – volvió a hablar el del medio, parecía el más mayor, los demás eran de la edad de Ethan o, como mucho, alguno un poco mayor que él. – lo que nos interesa es dónde está la chica.
-          ¿Qué chica? – preguntó pareciendo ignorante Ethan.
-          Caballero de Tromsbury, no nos haga perder el tiempo, sabemos que esa mujer tenía una hija, y sabemos que ya debería haber llegado, en cambio nos hemos encontrado con usted rebuscando entre las tablas del suelo. Así que, si no sabe nada, que no llego a creérmelo, salga de aquí ya, y si lo sabe dígalo.
-          Está bien, os diré dónde está la muchacha si me decís porqué la buscáis.

Los hombres se pusieron a debatir silenciosamente; aunque uno de ellos, el que estaba más cerca de la puerta del establo, no habló, permaneció mudo a todas las réplicas que hacían sus compañeros.

Ethan miró al silencioso encapuchado y éste levantó un punto la cabeza, aparentemente nada, pero ese pequeño gesto dejó ver una sonrisa burlona. A Ethan le recorrió un escalofrío por toda la espalda. Ese hombre le daba muy mala espina, más aún que los otros tres juntos.

El encapuchado se volvió a sus compinches y les dijo una sola frase que hizo entrar en pánico a Ethan.

-          En el establo.

Los otros tres se volvieron rápidamente hacia el que había pronunciado esas tres palabras y, como si de cuervos oliendo carroña se tratasen, asaltaron la puerta del establo.

El joven no pudo moverse del sitio, ya que el encapuchado de la sonrisa cruel se había acercado a él sigilosamente mientras los demás entraban en el granero y le había colocado una daga a la altura del cuello.

-          Si os movéis, no dudaré en mataros, Sir Ethan – anunció en un pequeño susurro burlón.
-          ¿Quién sois?
-          Mejor que no lo sepáis, hacedme caso, y de la chica a la que tan asiduamente perseguís, también será mejor que os vayáis olvidando… - le amenazó en el mismo tono inquietante de voz.
-          ¿Qué vais a hacerle? – preguntó con una nota de terror el joven.
-          Ellos quizá nada, lo más probable es que ni la toquen un solo pelo.
-          ¿Y tú? – inquirió Ethan mientras se escuchaban unas risas de triunfo en el granero.

El encapuchado soltó una sonora carcajada que heló hasta la última terminación nerviosa de Ethan.

-          Por vuestro bien, si estáis tan obsesionados con la muchacha, será mejor que no os lo cuente.

Y volvió a reírse con fuerza hasta que entraron sus compinches. A Ethan cada vez le parecía más que la primera impresión que había tenido sobre la estructura del grupo no había sido la correcta. Tenía la impresión de que el verdadero cabecilla era el que tenía detrás de sí y no el que se había dignado a hablar al principio.

-          ¡Señor! – exclamó uno afirmando lo que acababa de pensar Ethan - ¡La tenemos! ¡Es ella!

Iritia estaba aún inconsciente en los brazos del que había hablado, con su largo pelo cayendo en cascada. A Ethan le dieron ganas de gritar de frustración. Ella no debía estar en esos brazos, sino en los suyos.

-          ¿Lo habéis comprobado? – le preguntó el cabecilla sin soltar a Ethan.
-          ¡Sí, señor! En los dos hombros, tiene la marca.
-          Perfecto. Vámonos. – ordenó con autoridad.
-          ¿Qué hacemos con él? – preguntó otro señalando al muchacho que aún tenía agarrado del cuello su jefe.
-          Dejad a la chica amarrada a mi caballo, iros vosotros, estáis liberados de vuestra causa y dejadme a mí a… Sir Ethan.
-          Está bien, señor, ha sido un placer. – con eso los dos más jóvenes pusieron pies en polvorosa, mientras que el que primero había hablado se acercó dos pasos hacia donde estaban ellos.

Les miró, primero a Ethan, o por lo menos eso intuyó él, ya que con la capucha que llevaba no se le veía el rostro, y luego al que tenía detrás.

-          Has sido digno sucesor de tu padre, has terminado lo que él no pudo. – y con eso se arrodilló ante él y se fue tan rápido como los otros.

Por un momento todo se quedó en absoluto silencio, en la sala solo estaban ellos dos y el cadáver de la pobre mujer que había intentado advertir a Iritia, pero no había conseguido salvarla.

-          ¿Qué haréis con ella? – volvió a preguntarle Ethan.
-          No sabéis nada de con quién habéis estado fantaseando estos meses, sir Ethan, no sabéis nada…

Y con eso, como si de un fantasma se tratase, el encapuchado se había ido.

Ethan corrió todo lo que pudo hacía la salida de la casa; pero, cuando llegó a fuera solo consiguió ver cómo se perdía una figura negra montada en un caballo del mismo color con Iritia en su regazo.

Ethan la había perdido sin haber llegado a saber nada de ella. Y lo único que retumbaba en su cabeza era la última frase del encapuchado.

“No sabéis nada de con quién habéis estado fantaseando estos meses, sir Ethan, no sabéis nada…”

2 comentarios:

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    Un beso:)!

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