lunes, 11 de abril de 2011

Capítulo I

Encapuchados y sombríos

-          ¡Iritia! – se escuchó gritar a una voz femenina. - ¡Iritia!

      Una mujer corría con expresión de pánico hacia una pequeña figura escondida entre los matorrales. La pequeña niña temblaba de miedo e intentaba acurrucarse todo lo que podía sobre sí misma, pegándose, a su vez, a la dura corteza del árbol que tenía detrás.

-          ¡Iritia! – volvió a gritar la mujer que corría al encontrar a la pequeña en aquel estado. - ¡Reacciona, niña, tenemos que irnos de aquí, ahora!
    
      Al ver que la niña seguía sin reaccionar, la mujer miró a ambos lados con los ojos como si fueran saltamontes, desplazándose de un lado a otro a una velocidad asombrosa, barriendo toda la pradera en segundos.

      Después de recorrer con la mirada todo el paisaje se volvió hacia la niña y la zarandeó intentando que entrara en reacción. No surtió efecto. La pequeña parecía en shock. Algo la había traumatizado hasta ese punto de pánico.

-          ¡Iritia, vamos! – le volvió a gritar con desesperación la mujer - ¡Alteza, por favor, responda!

      Por fin, la niña pareció reaccionar después de varios intentos por parte de la mujer. La cual la abrazó sollozando y la cogió de la mano. La pequeña no entendía mucho la situación, solo sabía que tenía miedo, mucho miedo y que ese sitio era seguro para ella. Sobre todo después de ver cómo  gritaba su madre y su padre intentaba protegerlas a ambas. Ella había salido corriendo porque su madre la había empujado hacia un pequeño túnel secreto.

      La mujer, ataviada con un vestido de lino grueso, característico de la servidumbre de la corte, la seguía zarandeando mientras miraba de un lado a otro, parecía esperar a alguien. Tiró de nuevo de la pequeña mano instándola a andar con prontitud. Ella sabía que ya habían perdido muchísimo tiempo, y que la niña había logrado escapar de ese horror gracias a su madre y a su gran instinto. Pero ahora tenían que huir de allí o el tiempo que habían ganado habría sido en balde, y la muerte de su marido también.

      La mujer dejó ir una lágrima por el recuerdo que eso le había provocado. Tener que ver como su marido, con solo sus manos desnudas, se enfrentaba a varios hombres encapuchados y armados con largas y afiladas espadas había sido demasiado para ella. Lo único que le había podido decir antes de morir había sido “Te amo. Sálvala, la quieren a ella”. Y, entonces, había comenzado a correr como si tuviera al demonio detrás de sus talones; aunque le había dado tiempo a responderle con otro “te amo” igualmente cargado de sentimientos.

      Volvió a tirar de la mano de la niña, haciendo que se levantara y comenzara a andar. Después de otra mirada hacia atrás comenzaron a correr mientras empezaba a escucharse un rumor de cascos de caballos al galope.

-          ¡Oh, Dios mío! – exclamó atemorizada la mujer intentando aumentar el ritmo.

      Pero las pequeñas piernecitas de la niña no la permitían ir más rápido y los jinetes encapuchados se les iban acercando peligrosamente.

      Cuando estuvieron casi a la altura de ellas, uno soltó una tremenda risotada que inundó los corazones de la niña y la mujer de miedo y les dio fuerza para intentar correr con más velocidad.

      No había escapatoria. La mujer miró hacia atrás, los tenían prácticamente encima. Miró hacia el lado, el bosque. ¡Eso es!, pensó. Y llevó a la niña en volandas hacia la espesura.

      Los jinetes las seguían, pero entre tantos árboles y musgo no podían llevar a sus caballos al galope, como sí lo habían hecho en la pradera.

      Entonces, cuando la mujer creía que lo iban a conseguir, la niña tropezó con una de las raíces, con tan mala suerte que fue a parar su pequeña cabecita contra una roca que había en medio del suelo, haciendo que la pequeña perdiera el conocimiento.

-          ¡No! – volvió a gritar la mujer preocupada, tanto por la niña como por los jinetes. - ¡Iritia, despierte! Por favor…

-          ¡Apártese, mujer! – exclamó una voz gruesa detrás de ella, haciendo que se girara a encararla y, con su cuerpo, proteger así a la inconsciente Iritia. - ¡Y no la haremos daño!

-          ¡La tocaréis por encima de mi cadáver, desalmados! – le gritó valerosamente en respuesta la mujer.

      Había cuatro jinetes enmascarados montados en garañones negros, parecían los cuatro jinetes del apocalipsis, y el reguero de dolor que habían dejado atrás no hacía sino afirmar su parecido con esos jinetes abominables.

-          ¡Deje libre nuestro camino, denos a la niña y no le haremos daño! – repitió uno de ellos, parecía muy joven.

-          ¡La niña es mi hija! – mintió rápidamente la mujer.

-          ¡No mienta! – volvió a gritar el joven - ¡Sabemos quién es, así que dénosla!

-          ¡No! – gritó la mujer con desesperación - ¡Es mi hija! ¡Lo juro!

      Uno de los caballos, el más oscuro de ellos, avanzó y estuvo a punto de pisar con sus grandes pezuñas a la mujer, la cual, estoicamente, se mantuvo en su sitio sin moverse un centímetro.

-          Está bien, mujer. – anunció el más mayor – Si la niña tiene la señal de nacimiento que la caracteriza en el hombro, es nuestra y estáis muertas, si no, nos iremos como si no hubiéramos estado aquí.

      La mujer tragó en grueso, la descubrirían. La niña tenía esa marca en el hombro izquierdo, desde pequeña la tenía, un lunar blanco en forma de luna. Solo tenía una opción, enseñarles el hombro derecho con decisión.

-          De acuerdo.

      Con eso cogió a la niña y les enseñó con seguridad el hombro derecho, limpio, sin marcas. Los caballeros dudaron, estaban completamente seguros de que esa niña era la que buscaban, pero, no había duda, no tenía la marca característica.

-          Ha tenido suerte, nos iremos ahora, continúe su camino y no mire atrás, pues puede que sea lo último que haga. – la amenazó duramente el anciano.

      Y con eso se fueron. La mujer suspiró de alivio y estuvo escuchando atentamente hasta que las quejas del joven encapuchado se acallaron y todo volvió a estar en silencio, en ese momento, con algo menos de pesar en su corazón y con menos angustia, comenzó un camino sin saber dónde lo terminaría.

      Y la niña, la cual iba dormida en sus brazos, tampoco tenía idea alguna de cuál sería su futuro, uno lleno de determinación e ideales…

2 comentarios:

  1. Eh, es muy interesante. Es diferente, quiero saber más! Un besazo y sigue asi <3

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  2. Gracias! Acabo de terminar el Capítulo II y lo colgaré ahora mismo! :) Muchas gracias por leerlo y comentar. :D

    Besoos,

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